Mujeres que florecen desde los pueblos
Mendoza festeja una Vendimia más, un tiempo en que la esperanza renace, cuando los racimos se desgranan en las manos que cosechan.
Son temas ahora secundarios la inflación, los problemas institucionales, los que se fueron y los que llegaron. Porque en Mendoza cada rinconcito se viste de fiesta y desde cada pequeño pueblo, una joven mujer da un paso adelante para representar a su comunidad.
Las más bellas, las de ojos brillantes y sonrisa amable. Las jóvenes comienzan a competir para llegar al premio mayor: la Vendimia Central.
En las viñas, cuando los cosechadores se retiran, el silencio mece las hojas del parral. Y los racimos repletos de sol, los que quedaron prendidos a los sarmientos, por puro capricho, concentran su dulzura. Entonces llegan los duendes melesqueros que hacen de las suyas, robando y riendo entre las hileras.
Las elegidas marchan hacia la ciudad, vestidas de lujos medievales, tan mujeres, tan frescas en su juventud. Inventando sonrisas ellas no hacen más que soñar. Y desde muchos sitios del país y del mundo, asisten los turistas, alojándose en hoteles, cabañas y hostels, esperando ser testigos de la magia vendimial.
Se me ocurre que cuando ellas sonríen, los mendocinos sienten más suave el alma. Cuando saludan con su mano arriba, en gesto amable, el desierto se detiene para verlas pasar, el río suena mejor y el Aconcagua se estira para verlas desde su nívea lejanía.
Y se me ocurre también que cada brillo, cada gesto, cada tonada y cada aplauso, vibra en las uvas que quedaron prendidas, más dulces, más tentadoras a cada instante.
Una mujer… una uva. Por eso el hombre las cuida del dolor de la piedra, de la sequía del desamor. Por eso el hombre llora si las ve caer, porque depende de ellas, de su fortaleza y su dulzura, para que la lucha tenga sentido.
Un racimo… una familia. Y el desierto cierra sus ojos para descansar, dejando a las acequias nutrir. El desierto ama a las mujeres cuyanas, que con sus pequeñas manos, sostienen niños y racimos con idéntico cuidado.
La gran fiesta
El pueblo mendocino se arrodilla ante la tierra, la bendice y le agradece, ofreciendo el mejor de sus frutos: la belleza de sus jóvenes que crecieron con la grandeza de los grandes soñadores. El zapateo, las polleras como viento y el son de la música que todos reconocen desde niños.
Y aunque la tecnología se empeña en opacar las antiguas vendimias, en todas, los corazones se aceleraron, porque todas fueron y serán la fiesta del pueblo mendocino, la Capital del Vino, el lugar donde sus habitantes le pusieron riendas al agua de la montaña para pintar de verde cada valle.
Una de ellas, entre llanto y risas, brillará un poco más. La Reina Nacional de la Vendimia. Un año para estar al frente de todas las mujeres de Mendoza, cada vez más solidarias, a través del tiempo, las reinas aprendieron a trabajar por su pueblo, como lo hacen las nobles soberanas.
La historia sabe de nuestras mujeres, tal como sabe del trabajo, la tristeza y las alegrías de los hombres que transformaron la tierra haciendo de ésta, una de las provincias más prósperas del país.
Feliz día de la Mujer, a todas las mujeres mendocinas, y por supuesto, feliz Vendimia para todos.